jueves, 15 de diciembre de 2016

Los herederos de la tierra, de Ildefonso Falcones

Primero, Falcones es, con Posteguillo, mi autor español favorito desde hace unos años. He disfrutado enormemente con cada una de sus tres novelas previas, La Catedral del Mar, La Mano de Fátima y La Princesa Descalza.

¿Es quizá por las expectativas generadas que me ha decepcionado tanto esta novela? Posiblemente, pero creo que hay otras causas, más adelante hablaré sobre ello. Ya el comienzo me tenía que haber hecho sospechar de que Falcones no iba a estar muy lúcido en esta novela: se me atragantaba, no acababa de engancharme. Solo la fe en la calidad de las historias de Falcones me hizo superar esos insulsos comienzos, con la esperanza que se pospuso mucho tiempo, de que en algún momento aparecería el Falcones de siempre. Es curioso que ni La Mano de Fátima ni La Princesa Descalza me parecían novelas atractivas a priori, y, sin embargo, en cuanto empecé a leerlas, quedé atrapado en la historia y el estilo del novelista. Aquí me pasó casi lo contrario.

El protagonista de la historia es un tal Hugo Llor, protegido de Micer Arnau Estanyol (el protagonista de La Catedral del Mar), que empieza trabajando en las atarazanas, pero rápidamente entra en contacto con la que será su pasión, el vino, que le llevará a trabajar en todas las profesiones relacionadas con el dicho caldo. Junto a Hugo, tenemos dos "malos": el malo del primer nivel es Roger Puig, quien también lo fuera en La Catedral, y el malo de segundo nivel es quien menos se lo puede esperar uno (spoiler), el hijo de Arnau.

Pero las verdaderas protagonistas de la novela son las mujeres que rodean a Hugo, todas ellas marginales en la sociedad de la época, lo que nos lleva a una verdadera familia disfuncional estilo serie americana, pero hasta un punto exagerado en mi opinión. Así, tenemos a Caterina, una esclava-liberta rusa; tenemos a una exclava mora que se convierte; tenemos a una judia conversa; tenemos a la hija de una monja, y tenemos también a la monja-madre de la hija. Sin olvidar a la propia madre de Hugo, maltratada por su marido, tonelero en Sitges. Vamos, que Falcones sube la apuesta de mujeres desgraciadas que ya venía alta de La Princesa Descalza.

El problema principal de la novela es que la historia, la usual ruleta de la fortuna que acompaña a los personajes de Falcones, no llega a enganchar, se hace aburrida y repetitiva. Siempre saber que les va a pasar una nueva desgracia que rayará el absurdo, y que se repondrán de alguna forma casi inesperada, para caer en una nueva desgracia. Por ejemplo, muchas de las "desgracias" provienen del empeño de Hugo de mantener mentiras en su relación con las mujeres: ¿por qué no le puede decir a su "hija" desde el principio que no lo es, y que en realidad es su tío? En este sentido, la relación con el malo final es insoportable: ¿cómo puede ser tan malo el hijo de Arnau en sus relaciones con Hugo? ¿Cómo tan intolerante?¿Cómo tan brusco y sin posibilidad de entrar en razón? ¿Y por qué siendo así se empeña Hugo una y otra vez en confrontarle? La verdad es que resulta una serie de eventos cansina.

Dos de los puntos fuertes de Falcones se vuelven esta vez en su contra. Me refiero a la incardinación de la trama en los eventos históricos reales, por un lado, y a la referencia los usos y costumbres (leyes si se quiere) que afectan a sus personajes.

En cuanto al primer punto, la mayor parte de las veces uno no entiende por qué Falcones te cuenta determinados retazos históricos que poco parecen tener que ver con la trama, y que tampoco son importantes para el contexto. Los líos del Papa Luna, o los de Fernando de Antequera, poco tienen que ver con lo que les está ocurriendo a los personajes, y sin embargo, interrumpen el flujo de eventos. Creo que muchos de estos pasajes sobran a la novela; por ello mismo, tengo la sospecha de que el autor se ha visto obligado a introducirlos para alcanzar un cierto vólumen de texto que justifique la publicación.

Respecto al segundo punto, que personalmente es lo que más atractivo me suele resultar en las novelas de Falcones (aún recuerdo las normas por las que se rigen los cambistas - La Catedral del Mar, los líos según la jurisdicción fuera morisca o cristiana - La Mano de Fátima, o las costumbres gitanas - La Princesa Descalza), también aquí padece. Sigue siendo apasionante lo que nos cuenta al respecto, pero, no sé, queda menos encajado que otras veces. Parece en algún caso que está dando una lección de derecho (por ejemplo, el procedimiento que le cuenta el abogado al Hugo al respecto de la detención de Mercé). ¿Quizá sea una vez más debido a la necesidad de expandir el texto?

Volviendo a la trama principal, casi todo el tiempo es carente de interés y no parece ir a ninguna parte, salvo a mostrarnos los vaivenes del destino, que en el caso de Hugo Llor son más abruptos de los que corresponden a la gente normal. Solo cobra vigor e interés en el momento en que desaparece Mercé y se inicia su búsqueda y, sobre todo, la investigación para saber por qué ha deseparecido. Pero, desgraciadamente, esta trama se queda en un bluff inverosímil (spoiler): o sea que la deja prisionera su marido cuando se entera de que es la hija del diablo (sic); sin embargo, no tiene repercusiones para su hijo, que, siguendo la misma lógica, sería el nieto del diablo.

En fin, una verdadera decepción. Falcones queda muy por debajo de las expectativas que su obra previa nos ha generado. Primer aviso. Esperemos que en su siguiente novela (si la llega a haber) vuelva a estar a la altura.

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